jueves, 9 de abril de 2020

ADAM SMITH: EGOÍSMO Y LIBERALISMO

Quizás el nombre de Adam Smith no te resulte tan familiar como el de otros economistas más contemporáneos como Keynes o Marx, pero este hombre es sin duda alguna el padre de la economía que tenemos hoy en día.

Mario Cano-Triguero Cruz - 08/04/2020 - Mota del Cuervo (Cuenca)

Adam Smith nació el 16 de junio de 1723 en Kirkcaldy (un pequeño pueblo escocés por aquel entonces) y murió el 17 de julio de 1790 en Edimburgo, tras toda una vida de estudio, dedicada a la filosofía, la ética, la enseñanza y como no, a la economía. En los primeros años de su vida se dedicó sobre todo a la filosofía moral, escribiendo en 1759 su primer libro: Teoría de los sentimientos morales. En él hablaba sobre las dos caras de la moneda que podemos encontrar dentro de cada ser humano: el egoísmo y la empatía. Pero no fue hasta su segundo libro La riqueza de las naciones, publicado en 1776 cuando consiguió una fama a nivel mundial gracias a sus teorías económicas allí expuestas. Es sobre este libro y sus teorías de lo que hablaremos hoy aquí.

En el siglo XVIII encontramos un sistema económico mercantilista, es decir, una nación era tan rica como la cantidad de metales preciosos que tenía. La moral estaba regida por la religión y un nuevo movimiento ilustrado llegaba para cambiar el mundo. Además de todo esto encontramos una época en la que se empieza a comerciar mundialmente con el resto de países, se creaban empresas mercantes y se importaban y exportaban bienes. Bajo este contexto se escribió La riqueza de las naciones.



A diferencia de lo visto anteriormente, Adam Smith defendía que todo ser humano tenía un instinto intrínseco que lo llevaba a su bienestar y supervivencia. Por eso, en lugar de hacer caso a las enseñanzas religiosas de la época que aseguraban que el ser humano debe moverse por puro amor al prójimo (cosa que suena muy bien, pero en la práctica es más difícil), Smith argumentaba todo lo contrario.

El ser humano se mueve por su propia avaricia como si de una mano invisible lo manejase. El carnicero no te vende carne para ayudarte porque es una persona iluminada y pura de corazón, lo hace para conseguir dinero y ganarse la vida. Pero esa premisa que en principio es dura de aceptar puede llegar a un equilibrio económico que nos beneficiará a todos, si todos actuamos dejándonos llevar por esa mano invisible. Aquí es cuando alguien que no está familiarizado con la economía se lleva las manos a la cabeza, pero vamos a ver la lógica detrás de todo esto.

Supongamos que hay dos vendedores de manzanas, el vendedor 1 te vende un kilo de manzanas por 2 euros y el vendedor 2 por 1 euro. Si todos actuamos de forma egoísta y nos guiamos por nuestro instinto básico, todos compraremos las manzanas al vendedor 2 ya que son más baratas. Pero ahora es cuando el vendedor 1 saca a relucir su propia avaricia y tras ver lo que pasa al poner precios altos, piensa “si vendo las manzanas a 0,9 el kilo, todo el mundo vendrá a comprar a mi tienda ya que está más barato”. Y así lo hace, baja el precio y todos nosotros, consumidores movidos por la mano invisible, vamos a comprar al vendedor 1. El vendedor 2 tendrá el mismo proceso de iluminación mental y los precios se irán bajando por ambos hasta llegar a su coste de producción (vamos a suponer 0,5 euros) que es el punto de equilibrio. En ese punto si uno de los dos sube el precio pierde clientes y si lo baja tendrá pérdidas puesto que lo venderá más barato de lo que le cuesta producirlo. Así es como mediante la teoría de la mano invisible de Adam Smith se puede conseguir un equilibrio económico.

Con esa teoría de la mano invisible se puede explicar la gran parte de decisiones económicas que se llevan a cabo. En lugar de explicar los precios de los productos, supongamos que uno de los vendedores decide dejar de ofrecer manzanas y decide dedicar su tienda a la venta de huchas exclusivamente (esto lo hace no por su buena fe, sino porque piensa que así obtendrá más beneficios que en la venta de manzanas). Pues en ese caso puede ocurrir que a ninguno de sus vecinos o a muy pocos le interese comprar huchas por lo que ese vendedor sería “castigado” con muy pocos clientes y por lo tanto pocos ingresos. Al final ante la catastrófica decisión que ha tomado, el vendedor tendrá que volver a darle a los consumidores lo que quieren.



A esta forma de economía se le llama liberalismo económico y es en lo que se basa el sistema que tenemos actualmente. Para que este sistema funcione, hay que dar libertad individual absoluta a las personas. Esto significa reducir al mínimo la intervención del estado pues este alteraría los precios y no se obtendría el equilibrio anteriormente mencionado. Volviendo al ejemplo anterior, si el estado decidiera poner un impuesto de 20 céntimos a las manzanas, el precio de equilibrio subiría de 0,5 a 0,7 ya que aumentarían los gastos de los vendedores. Si el estado diera el monopolio de la venta de manzanas a un vendedor, este vendedor podría poner el precio que quisiera a las manzanas ya que es el único que las vende. Y si el estado diera ayudas a la producción de manzanas, haría que el precio de estas cayera por debajo del equilibrio. Por eso, el liberalismo limita la intervención del estado a la de un simple observador y regulador para que la mano invisible actúe libremente.

Sin embargo, aunque la teoría suena muy bien, hay un sinfín de situaciones en las que el liberalismo económico falla. Cuando solo hay dos vendedores parece muy sencillo, pero ¿Cuántos de vosotros sabéis todos los precios de todos los productos de todas las tiendas de vuestro barrio para elegir en cuál te saldría más rentable comprar cada cosa? No tenemos información perfecta. Otro ejemplo lo podemos ver con el papel higiénico durante estos días de pandemia. Si el mercado no estuviera intervenido por el estado y garantizase unos precios, bienes de primera necesidad habrían multiplicado su valor de forma desorbitada ante la alta demanda al igual que ha pasado con algunos productos como las mascarillas. Pues estos son algunos de los muchos fallos del mercado que podemos encontrar en el liberalismo económico.

En conclusión, Adam Smith expuso unas ideas revolucionarias en su libro La riqueza de las naciones que sin duda alguna cambiaron el mundo y lo moldearon hasta la actualidad. Se puede asegurar que se trata de uno de los sistemas económicos más lógicos y sensatos que se pueden encontrar. Pero, al igual que todos, no es perfecto. Hay fallos de mercado que por mucho que no se quiera, necesitan de un estado que los regule. Hasta dónde debe intervenir el estado depende mucho de cada país y cada individuo pues no existe una línea clara que marque el límite de las competencias de cada uno.

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